viernes, 20 de agosto de 2010

Salvadores

Darwin Raudales

Cuando me haces volver, todo te reclama;  el tiempo se alarga;  el mundo no me distrae, sino que te llama...  Me llama a la austeridad, a compartir para hacerte presente en medio del sufrimiento que sufren tantísimos, y que claman en televisión:  los que no comen mientras yo lo hago (tragedia en Pakistán);  los que no tienen medicinas mientras yo las tiro (cáncer sin morfina en el tercer mundo...);  los que mueren de improviso sin que sepan por qué han vivido (aniversario del accidente de Spanair en Barajas)...  Bien pensado, mirarlos no me deja indiferente;  y creer que nada puedo hacer, me mata el alma, y me hace insensible, me deshumaniza, porque me convenzo de que he de mutilarme esa parte de mí mismo que son los otros que reclaman mi gesto...

Hoy, cuando me haces volver a tí de este modo, me das la esperanza de volver a la vida que se da...  Como aquello de que si a un joven le pides poco no te da nada, pero si le pides mucho te lo da todo...
Sí:  eres tú el que hace esto (Ezequiel 37, 1-14)...  el hastío de otros caminos me hace añorar el tuyo, y recordar dónde lo dejé...  pero sólo esto no basta, sino que aún queda camino:  pero tú ya estás ahí, casi de forma inesperada...  Tú ya lo sabías cuando me contabas aquella historia del hijo pródigo (Lc 15, 11-32), cuando mi querida Marina me regaló aquél maravilloso libro del padre H. Nouwen ("El regreso del hijo pródigo").

Hoy hablas del espíritu del hombre, el que anima al cuerpo...  Admiro a los 'salvadores' a los  médicos, equipos de emergencias, etc., que se vuelcan en tanto drama que conocemos a diario.  Pero unos salvan los cuerpos, y a otros nos has dejado para ayudarte a salvarles el alma...  ¿No eres acaso para mí un alimento sin el que 'muero'? ¿por qué no lo valoro para otros?.  Me has dado un sentido para encontrarte, y también para saber de dónde te han echado los tuyos, como en Nazaret:  que no verte donde más debieras estar (a veces entre los mismos cristianos) no me desanime, sino que más bien sea un reto para buscarte y para darte...  Que crea en lo que me dices, que crea que puedo decirlo...  Porque si, por no ser digno, me aparto, sólo hablarán de tí los orgullosos...

Me consuelas tú (Mt 22, 34-40) ya que tu pueblo a veces me ha desconsolado... yo mismo, pueblo tuyo, te he desconsolado, y me desconsuela saberlo... Pero levantas el ánimo, me liberas de la Ley, y pones mi esperanza en tí y en el amor que nos tienes...  Por lo pronto, me das fuerzas, me dices que no es mi mérito el que salva, sino tu amor, tu misericordia (esto es:  tu corazón, que no teme contaminarse con mi miseria y me sigue animando).  Por lo tanto, puedo hablar...  Lo que he vivido tantas veces como un fracaso, o una huída, se ha mostrado una bendición para otros...  Así pues, que no desconfíe que también a mí te me confías...  Eso sí, no sólo a mí...  Y aun esto me admira...

Está también todo aquello que me atrae, que no reclama mi sacrificio, sino mi admiración:  que no sean sino reflejo de tu sabiduría, de tu belleza, y seas tú siempre el seductor...  Que esos lenguajes no me aparten de tí, sino al contrario...  Que no mermen mis fuerzas, sino que me afiancen en tí...  Que no nos roben tiempo de andar juntos...

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