lunes, 1 de septiembre de 2008

Sab(e)or a Dios



Estamos en tiempos en que confiar cuesta. Confío en alguien cuando escucho un discurso coherente y bien construido, y me infunde respeto por lo que sabe. Sólo entonces. Pero el saber es una forma más de tener, y entonces damos por bueno el dicho de "tanto tienes, tanto vales". Sin embargo, uno no es lo que tiene, sino lo que es, lo que vive. Por eso San Pablo me recuerda que la fe no se contagia con mucho saber de Dios, sino por tener 'sabor a Dios'. Cuando veo que el otro lo vive mucho, aunque sepa poco, ahí está Él. Y si además sabe de lo que habla, mucho mejor, pero sin dejarse lo primero.

Cuando alguna vez he firmado algo en el banco, no he leído todos los papeles: me he fiado del empleado. Así que, aunque se deposite en otras personas y no en Dios, eso de confiarse es algo bastante cotidiano. No es tan descabellado, pues, confiar en Dios y verlo en quienes lo viven. Jesús es digno de depositarle mi fe, de creer que detrás de lo que vivo está Él. Es la fe de San Pablo cuando dice esto:

[1]Pues yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios, [2]pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado. [3]Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. [4]Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder [5]para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios.[6]Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la ruina; [7]sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, [8]desconocida de todos los príncipes de este mundo - pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria - (Primera carta a los Corintios, capítulo 2)

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